El caso, es que la semana pasada he estado en la ciudad coreana de Busan (la segunda en tamaño del país), como General Chair del congreso ICA3PP (10th International Conference on Algorithms and Architectures for Parallel Processing).
Mis colegas del comité de organización insistieron en llevarme a cenar a un verdadero restaurante coreano. Y claro, una vez en el restaurante descubrí que la comida que ibamos a tomar se clasificaba en dos tipos:
- Pescado crudo, que en la versión coreana quiere decir que unos minutos antes todavía estaba vivo.
- Otros alimentos que se movían en el plato. Y cuando digo, se movían quíero decir que todavía se podrían considerar como "vivos".
Unas 36 horas después empecé a sentirme, digamos que no demasiado bien. A las cinco de la mañana me despierto enciendo el ordenador y me pongo a buscar los síntomas del temido anisakis. Ante la duda, y el riesgo de que la cosa vaya a más durante un viaje en avión compuesto de 3 vuelos y 17 horas, decido que me vea un médico.
En el hotel me acompañan a un hospital, donde la atención fue simplemente espectacular. Al minuto de entrar por la puerta del hospital ya me habían tomado una muestra de sangre y en 10 minutos me habían tomado cuatro radiografías, puesto dos inyecciones y un suero. La amabilidad del equipo médico fue incomparable.
Aunque había suscrito un seguro médico para el viaje, dadas la horas decido pagar la fatura y arreglar cuentas con mi seguro al volver a España. Y ¡Oh, sorpresa! la factura que tiene que pagar el imprudente extranjero asciende a la canidad de 148.000 Wong coreanos (unos simples 110 euros).
Simplemente, no puedo expresar más que palabras de gratitud hacia los médicos y enfermeras. Y no dejo de pensar que me gustaría tener un sistema sanitario público como el de Corea.